Reflexiones en torno al Domingo de Ramos
Por Francisco Feliciano Sánchez
Hoy siento la necesidad de recibir visita. Pienso que es el regocijo de saber que alguien muy especial viene y que éste se encuentra ya muy próximo a mi vecindario.
He buscado una armonía para que mi casa inspire acercarse a ella. Ésta debe transmitir calor de hogar, y sobre todo, invite a pasar adentro. Limpié cada rincón de la casa hasta dejarla como el cristal más fino. Abrí bien las ventanas como si fueran brazos inmensos para que le den la bienvenida a la luz del sol. La puerta principal da la impresión de una madre amorosa recibiendo a sus hijos.
Ayer madrugué y fui al mercado a comprar los ingredientes para la cena de hoy. Llegué bien temprano porque quería asegurarme que adquiría las mejores viandas -yautía, malanga, ñame y plátanos verdes- y el pescado más fresco. Una variedad de frutas completará la cena, bien presentadas, eso sí, pero sin mucha complicación al prepararlas porque a mi invitado le gusta comer natural. Expresión de sencillez que lo hace más grande.
Al recibir visita debo ofrecer lo mejor de mí. También compré especias aromáticas en abundancia para realzar el sabor de la comida. La fragancia de un ramo generoso de cilantro impregna el ambiente. También la menta y la albahaca coronan el aire con su delicado aroma. El fragante olor a verdor que se ha creado estimuló más mi deseo por recibir la visita.
Por la tarde acicalé el jardín. Separé la yerba seca de la fresca y reluciente, pero no descarté ninguna. Todas las gramas que cubren el lecho de la tierra son útiles cuando se quiere arreglar el jardín. Nada sobra y nada falta en el patio cuando preparamos el jardín para recibir una visita tan importante en Domingo de Ramos.
Sembré las plantas conocidas con el nombre de Isabel Segunda al borde del camino que conduce a la puerta principal. La florescencia de éstas parece una mirada color añil. También planté Azulejos, que por su flor, honran su nombre. A los Azulejos también les llaman “Suspiros de niño” por su brevedad y delicadeza. Concentración de ternura y emoción.
La alegría de las palmeras peina el aire con sus manos. Se encuentran al borde de la entrada en un aplauso continuo. Las palmeras gustan dejarse acariciar los troncos con la florescencia de las plantas de Isabel Segunda. Esta azulidad da la impression de que se hubiese goteado un pedazo de cielo al ruedo de los troncos.
Me gusta contemplar las palmeras, y sobre todo, mirar hacia su corona para que me desciendan bendiciones a través de ellas. La gloria de la palmera se manifiesta en esa sensación de altura y elevación y el deseo de búsqueda espiritual que ellas inspiran.
Se aviva y alista la comunidad floral en recibimiento. Una Buganbilia -prefiero llamarla por su otro nombre Trinitaria al recordarme el linaje de mi invitado- parece asomarse por una ventana con su espiritualidad morada.
Las Miramelindas, alegre timidez en flor, se abrazan a los helechos para asegurar que verán pasar el aire de Jesús, mi invitado. La Cruz de malta presagia la fe en color de rosa. Los jengibres rojos se dejan herir del viento para filtrar su aroma con reminiscencias del viejo oriente, compitiendo en la jerarquía de la luz con los canarios cardenales. Los Anturios se aprestan para hacer la escolta en blancura de heraldos y la lluvia de coral toca sus mil trompetas. Toda esta belleza está al servicio de Jesús. Hasta la vanidad de las orquídeas, tardas en florecencia, le rinden tributo.
Mi preocupación por mi casa no es un asunto de mera apariencia externa. Es la manera que tengo para demostrarle a Jesús que deseo reconciliarme con Él. Yo deseo y necesito su amor. Tengo que dejar en Él una buena impresión. En la gracia de la noche, un riachuelo bendijo mi frente y lavó todo mi cuerpo hasta dejarlo perfumado con lavanda.
No espero que Jesús llegue en un auto fabuloso. Tampoco lo espero montado en burro. No hay un anacronismo sentimental en la expresión de su llegada.
Él viene desde adentro de mí. ¿Parece extraño? Es una entrada triunfal que a la misma vez es salida y revelación. Llegada y revelación al mismo tiempo. No tengo una explicación más profunda.
Jesús sale de mí, aun cuando siempre ha estado ahí dentro. Pero me pide que lo reciba. Mi corazón salta de alegría agitando palmeras, como si estuviera viviendo una dulce y agradable trombosis. Un baño de luz se filtra desde lo alto del cielo. Me siento desfallecer de sólo pensar que llegará muy pronto su Gloria. Siento el quebrar de un cáliz.
La imagen de las ramas de palma significa la Victoria de Jesús sobre la enfermedad en el alma, sobre la tristeza que he sentido por el prójimo, sobre la agonía al sentirme igualmente distinto en mi amor, sobre la injusticia y sobre el aparente auge del desamor en estos tiempos modernos.
La llegada de Jesús es la Victoria sobre mi muerte física y la de todos los que creen en Él. Jesús llega al corazón de todos y nos ama a todos. No necesitamos muletas para llegar a Jesús. Nos quiere y ama de verdad. Como quiera que seamos nos ama. No hay impedimento que pueda limitar nuestro acceso a Jesús.
Por eso me apresto a recibirle. El jardín interior se ha preparado más aún que el externo. Aunque saciara mi hambre física, quedaré con el ansia de participar del manjar espiritual, el más completo. Al participar de éste nunca más tendré la necesidad de entrar bocado alguno para sostener mi espíritu. Jesús lo vendrá a confirmar a la hora de la cena.
Hoy será un día especial. Mi jardin está lleno de alegría. En mi casa reina la felicidad. Jesús regresa victorioso a descansarse en mi corazón.