HOMENAJES
NIÑA en Dos
Por Francisco Feliciano Sánchez
A Josefina Mir
la luna con cara blanca
y una niña fue tras ella
a perfumarse en el agua.
Soltó su pelo de oro
y la tiara de cucubanos;
regó de estrellas el río
y lo arrulló con su canto.
¿Qué trae entre las manos la niña?
¿Qué guarda contra su pecho
como muy apreciado regalo?
Son los hijos que dará al mundo,
en capullos que le presta
la rosa, el lirio y el nardo
y les enseña canciones
de las que aprendió con los pájaros.
Vino a perfumarse al río
como la luna y el cielo estrellado
porque sólo aromas quiere
para el fruto de su amor santo.
¿Y por qué sigue cantando la niña
si ya la luna se va alejando?
Canta porque nació para seguir cantando
y llevar siempre consigo
el fruto de su amor santo.
2
Bajó otra noche la niña
a imitar a los astros.
Se sentó sobre una piedra
a contemplar sus blancas manos.
Olían también a lirio,
la suavidad era del nardo,
y en la copa que formaban
al juntar los dedos albos,
dos ninfas retozaban en rosa
como un sueño dorado.
¿Qué magia tiene la niña
para obrar tanto milagro?
Es el corazón muy tierno,
es la voluntad por hacer algo,
porque gocen duendes y niños
en el alma que tenemos
y en el Borinquen que amamos.
>El regreso del Maestro
A Don Néstor M. Rodríguez Rivera
Llegará el maestro
con cara de bondad
a despertar los pasillos.
Una a una abrirá las ventanas
del aire de la mañana
para que entre la luz.
Abrazará los muros del aula
como a su prójimo.
Conversará con los pájaros en su lenguaje
y le enviará una posdata a Dios.
Ya le habrá enviado su carta de todos los días
por medio de los ángeles,
pero la posdata no podrá faltar
en trinos de reinita o arrullos de tórtola
para dar gracias por la bondad del día.
Los pasillos se abrirán
en alfombra de albahaca y flores de flamboyán
que le bendecirán al pasar.
Este pan de Dios
en cuerpo del maestro
estimula las ganas de aprender,
de cultivar la palabra
y descubrir los misterios
que abrigan a la oruga,
a los números,
a la canción del mar,
a la danza del viento
y al teclado del sol
sobre el tablero del cielo.
Este hijo de Dios
en cuerpo de hombre bueno
regresa hoy al templo
que le dio a él por levantar.
Están sus colegas de pie,
los alumnos se emocionan,
los bibliotecarios lo abrazan
y los libros le aplauden.
Francisco Feliciano Sánchez
El libro sobre la mesa
A Mariano Maura Sárdó
Tal vez no lo vea nunca
pasar un semáforo en rojo,
como nunca asurará una abeja
ni maltratará los caminos
andados por él.
Más bien contempla el libro reposado sobre su mesa.
El mismo libro que se mantiene como una llama olímpica,
fuente temblorosa e inquieta del saber a través de los tiempos.
Y más allá del libro,
la conciencia clara de los tiempos por venir,
de la era de las comunicaciones
en momentos en que apenas nos hablamos,
de la acumulación del conocimiento
en formatos modernos que digitaliza la simpleza de sus emociones,
la transparencia del monitor de su mirada,
la pausa de su palabra que no tarda en llegar adonde tiene que llegar,
la agilidad de sus dedos que comunican como si hablaran
sin necesidad de alambres o satélites.
Más bien también es héroe galopante
que rompe silencios, mitos y miedos
y que abre canales, rumbos, direcciones alternas para llega sin asustar.
Fusión de tiempos y épocas.
Pero más allá de la modernidad,
este joven educador viejo
contempla apreciadamente el libro que coloca sobre su mesa
para que lo puedan leer.
Es el mismo libro que lo mantiene como llama invencible.
Breve el libro, sencillo el libro, añejo el libro, constante el libro, leal el libro,
suave y firme el libro como eso que llevamos todos dentro
y que llamamos corazón.
Francisco Feliciano Sánchez
Puertorriqueño