El blog de Enén

Este es un blog ameno, de ciencia y conciencia. Aplico la ciencia al arte de vivir.©

18.3.06

SOMOS COMO LOS COQUIES©



Francisco Feliciano Sánchez, Ph.D.

Al Dr. Rafael Joglar, por un poema que le debía

Desde hace tiempo nos llegan noticias de que en el paraíso que compone el archipiélago de las islas de Hawai están desesperados con la presencia, copiosa como la lluvia de un bosque pluvial, de los coquíes. Nos referimos a esa especie de campanita viviente que nos anuncia la caída de la tarde y la boda de la noche con la más hermosa luna.

Dentro de lo que significa la persecución de un símbolo tan nuestro en tierras foráneas, me alegra saber que uno de los íconos de nuestra identidad puertorriqueña se haya propagado en un lugar tan remoto y logrado sobrevivir y adaptarse al medio. Pero pensándolo bien, no era para menos.

A pesar del exterminio a que lo han sentenciado las instituciones de Hawai -tienen anuncios de "se busca" en las oficinas de correo como si se tratara de un criminal federal y hasta se paga por cada coquí que usted acabe-, me da mucha alegría saber que están por allá haciendo de las suyas. Significa que los coquíes han sobrevivido las adversidades y que tienen, en su aparente fragilidad, capacidad para resistir. Tienen, como decimos, la carne dura, aunque no sea en un sentido estrictamente literal.

El coquí es puertorriqueño de pura cepa. Como buen puertorriqueño es amante de la música: le gusta cantar, aunque desentone; baila de rama en rama, como decir, trulla de casa en casa o de fiesta en fiesta en la época navideña; trova enamoradizo hasta tumbar en arrobo unos cuantos coquíes hembras con su labia anfibia. Sólo que el coquí parrandea y ofrece serenatas durante todo el año porque lo único que necesita es el anuncio de lluvia y una buena novia que galantear. No tengo que decirles más. El coquí no solo es romántico, sino también bohemio. En las noches frescas, emite sus mejores versos con la guitarra de una palmera. Solo evocarlos me provoca emoción cuando me encuentro fuera de la isla.

De igual manera, por nuestro gusto por el buen soneo y por nuestras destrezas sonoras capaces de quebrar los vidrios que no logró Caruso ante nuestro tenor Antonio Paoli, los puertorriqueños calamos en el corazón de mucha gente donde quiera que vayamos. Como buenos coquíes, cantamos cuando estamos felices, cuando luchamos por adaptarnos al medio o cantamos para llorar nuestras penas, pero cantamos. Y no me refiero al medio natural, sino al inhóspito medio humano.

Esto de cantar ante el dolor nos indica que los boricuas tenemos un aguante, que es como decir, tenemos resistencia. Tal parece que las teorías de la adaptación al medio se generaron observando las especies humanas borinqueñas. Si no nos aguantamos, nos acomodamos para luego modificar nuestro ambiente. Me refiero con mucho orgullo a aquellos boricuas que migraron a Estados Unidos, sobrevivieron la dureza del viejo Harlem y se adueñaron de Nueva York hasta convertirlo en la extensión de su patria. Es más, por los símbolos patrios que uno ve, el llamado Barrio es más puertorriqueño que Borinquen. Como los coquíes nos esparcimos por Chicago, Filadelfia, Columbus, Nueva Jersey y Miami en Estados Unidos. Allí sí te hacen llorar los acordes de La Borinqueña. Además de esas ciudades hemos ido dando saltos a muchas otras cuidades y a otros lugares del mundo. Resulta difícil precisar dónde no hay un puertorriqueño o un descendiente de puertorriqueño.

A los boricuas en Hawai les faltaba algo: su coquí. De algún modo llegaron los coquíes a hacerles compañía. No me creo el cuento de que todos los coquíes llegaron en medio del comercio de bromelias y otras plantas. Orquídeas de más hay en Hawai. Alguno que otro compatriota mío se llevó su parejita bien empaquetadita y guardadita en el bolsillo como la más preciosa gema. Tesoros de Borinquen bella. Si fue así, no traficamos humanos, sino música con vida.


¡Pero qué cosas ocurren! En Hilo, la Isla Grande del archipiélago, se anuncio que los legisladores han separado millones y esperan solicitar más dinero al gobierno federal para erradicar el coquí. Han emprendido lo que ellos llaman una cruzada. Como si no hubiera otros problemas que resolverle al pueblo. Se ha iniciado una cacería de brujas por el dichoso animalito -¡qué ofensa!- según me contó un descendiente de puertorriqueño de allá a quien las autoridades visitaron para saber si tenía coquíes en su casa -como decir, ilegales-. De haber encontrado un coquí en su casa se le pudo acusar de delito tipo C, sujeto a una multa que va desde cincuenta mil a doscientos mil dólares, además de tres años de cárcel. Le pagan cinco mil dólares si usted ayuda en la erradicación con pesticidas.

Aparentemente hoy al gobierno de aquellas islas no le es más tan útil la mano de obra boricua como tampoco la canción del coquí. De haber anticipado que éramos más cantantes que laboriosos con la caña de azúcar y las dichosas piñas, nos hubiesen exterminado al instante y no hubiesen dejado que los boricuas se integraran a la población local. Los puertorriqueños somos más cantores que labradores, y aún labrando, labramos cantando. Cuando cantamos, labramos con nuestras canciones muchas ilusiones y sembramos hermosos sueños.

El coquí no es un animalito. El coquí es nuestra alma que expresa las bondades de Dios en la caída de la tarde. El coquí es la oración del ángelus de los puertorriqueños que tenemos fe y confiamos en las bondades de nuestro Creador. Es la expresión de gratitud al cielo por el día que acaba de caer y que se va a amanecer al otro lado del planeta.

El coquí es el espíritu de la naturaleza puertorriqueña. La capacidad de adaptación de los coquíes contradice lo que nos enseñaron cuando niño: que el coquí moría si se sacaba de Puerto Rico. Falacia ésta que pretendía marcar nuestra fragilidad e inadaptabilidad al medio donde vivimos. Imagínese si a usted lo dejan desvestido en medio del Rockefeller Center. Cualquiera muere de frío. ¡Hasta un esquimal! Creo que esa fragilidad era parte del embrollo para hacernos sentir menos y persuadirnos para que no saliéramos de nuestras fronteras oceanográficas. Como quien dice con la metáfora, no querían que el coquí cruzara el gran charco del Atlántico.

Con la noticia de la propagación de los coquíes cantores en Hawai se acaba con ese mito, al menos con una de las especies. Cuando llegamos a Nueva York, le pusimos nombre a nuestros negocios (El pocito dulce, La marqueta de Juancho), adornamos las casas con el pedacito de pan en el umbral de la puerta para que nunca falte -a nuestras costumbres y actos de fe le llaman supersticiones-, llevamos los pasteles -ahora los exportamos para la isla porque sale más barata comprar la vianda allá que acá-, y convertimos el desfile puertorriqueño en algo más importante que el Festival de la Rosas que se celebra en Pasadena, en el estado de California. Puedo decir más. No solo nos adaptamos, ya somos la marca de registro del mundo latino en los Estados Unidos.

Confío en que poco a poco el coquí ocupará su espacio en el pentagrama musical hawaiano. Lamentablemente los hawaianos no han podido acostumbrarse a tan digno embajador. Pero el tiempo cura. Para ser justos con la fauna que representa el coquí, debieran ofrecer una amnistía como se la dan a todos los ilegales que llegan a un territorio extranjero. Es cuestión de que se acostumbren a las notas de violín del coquí y de que eduquen a los turistas con una campaña más comprensiva sobre el coquí.

Los hawaianos deben aprender que tener el coquí en el patio es como tener un ángel entonando un piccolo en el jardín de sus casas. Imagínense si nos diera con liquidar los once guacamayos que vuelan sobre mi residencia en Guaynabo, la pareja de turpiales que improvisan en mi jardín o a las cotorras dominicanas que avivan nuestro cielo con su voz esmeralda. Seríamos unos defensores ridículos de lo autóctono y de la tranquilidad del ambiente. ¿Exterminaría usted los tucanes de Costa Rica si aparecieran en su patio?

Tengo esperanza en el género humano y pienso que en Hawai poco a poco descubrirán las bondades del coquí. Quién sabe si en el futuro reclamen la paternidad de un coquí hawaiano. No pierdo las esperanzas de que un día le den la bienvenida oficial.

Para nosotros, acá en Borinquen, no hay noche placentera si no nos arrulla la canción del coquí. Al menos, yo no me puedo quedar dormido si no los escucho. Su concierto es el que acompaña mis Padres Nuestros antes de irme a acostar. En las noches de sequía los extraño y me preocupo por ellos. En las noches en que no les escucho pienso que pudieron haber muerto por la falta de agua. Por eso he tenido que salir al patio a medianoche, para ajustar la manguera al grifo de la pluma y regar las plantas. No dejo de rociar mis matas hasta que no escucho "coquí, coquí" por el área donde se desviste en olor la albahaca. "Están ahí, vivitos y coleando. Es una bendición tenerlos".

Pero los boricuas somos gente buena. Enseñamos y formamos a los demás. Mientras los hawaianos reniegan de nuestro "sapito" -los coquíes no son sapos-, nosotros aceptamos el “hang loose", las collares de flores, y consumimos la piña Dole® como una tan buena como nuestra piñapan de azúcar” que se cultiva en Manatí.

Borinquen se enorgullece porque adoramos la flora y fauna nativas y las foráneas y las respetamos. Por eso hemos hecho nuestro el flamboyán ardiente, el tulipán africano y el roble amarillo. Los puertorriqueños denunciamos el maltrato de los tigres de bengala y de los elefantes de la India. Recibimos con regocijo la llegada del ágil “Julián Chivi”, celebramos la llegada de las ballenas jorobadas a nuestras aguas territoriales en marzo y vigilamos la cuna de cientos de tortugas gigantes en Loíza como si fueran totalmente nuestras.

Lo anterior, porque uno de los valores principales que defendemos como pueblo es el respeto a la vida. Es una especie de panteísmo -si así se le quiere llamar-, que no es anacrónico. Dios y la naturaleza están por todas partes. Dios nos habla por medio de ella.

Los científicos le llaman de otra forma, y cuando quieren entender la naturaleza y descifrar algún misterio, la estudian y resuelven “como misterios de la ciencia”. Es como tratar de entender el lenguaje de Dios. Allá los que lo estudian y no lo entienden. Allá los que lo entienden y lo interpretan y traducen a su modo.

El estudio de la capacidad de adaptación del coquí puede ser muy útil para comprender mejor el planeta Tierra y sus cambios climatológicos. El día en que deje cantar el coquí, de seguro el planeta estará en grave peligro. Su aparente fragilidad mide las posibilidades de vida en nuestra querida Tierra. Lo dice mi voz de poeta. Lo apoya el estudio de los anfibios, de las especies que dependen del agua y de la humedad. ¿Los conoce? Espero que entiendan. He sido testigo de cómo sirven para avisar una amenaza meteorológica. Cuando se acerca un huracán los coquíes se silencian como si quisieran despistar la ruta de los temibles vientos.


El panorama no se ve tan negativo para el Eleutherodactylus portorricensis y su parentela. Sidney Ross Singer, un biólogo y antropólogo fundador de la organización Coquí Hawaiian Integration and Reeducation Project, intenta educar a la población hawaiana acerca del coquí de manera que los hawaianos acepten su presencia y su canto. Enhorabuena. Pero no solo se debe educar a los hawaianos, sino también a mucha gente que se queja por todo cuando practica el ejercicio del turismo. Hay turistas que se creen que por que tienen unos cuantos euros, yenes, libras o dólares en el bolsillo hay que atenderlos como si fueran los dueños del mundo. Hay que educar a los turistas a ser tolerantes con los protagonistas de la naturaleza, de su forma de comunicarse y su manera de hacerse sentir.

A los coquíes hay que entenderlos como también a nosotros los puertorriqueños. Mucho nos ha costado que el mundo conozca que tenemos clase, y clase aparte. Tenemos nuestra idiosincrasia, nuestros valores, nuestros gustos que nos hace exclusivos entre las mejores personas del mundo. Y no es que nos creamos mejor que nadie. Dios libre. Nadie es mejor que nadie. Es que hemos aprendido, con la carga de los juicios y prejuicios ajenos, a ser tolerantes y sobre todo a amar y respetar a nuestros co-habitantes del planeta. ¡Y cuán bien cantamos!

Una vez di alojamiento a un individuo extranjero que venía a pasarse unos días en Puerto Rico. Se le brindó en casa el cuarto de huéspedes que daba al patio interior. Como a eso de las diez de la noche el susodicho salió corriendo de su cuarto, buscó la escoba, bajó desesperado al patio y empezó a golpear la unidad del aire acondicionado que refrescaba su cuarto. Le pregunté qué le pasaba y me respondió, mientras golpeaba la caja del aire acondicionado con la escoba, " el sapo ese, voy a matar el sapo ese". Ya él sabía lo que era un coquí. Tuve que advertirle que “al sapo ese no se podía tocar”, que era sagrado en Puerto Rico, y que si insistía, la mañana siguiente se tendría que ir de mi casa. Recuerdo que sus maletas salieron más livianas que cuando llegaron a casa. Yo mismo lo llevé al aeropuerto de Isla Verde. De vez en cuando le envío información sobre el coquí para educarlo. También le envié este ensayo.

Como ven, hay medios educativos para cambiar la opinión sobre el coquí. No quisiera imaginarme que el gobierno de Hawai esté asumiendo una posición racista hacia los caribeños y otros extranjeros que allí conviven y utilicen el coquí como una excusa. La experiencia del coquí es la misma que viven todos los inmigrantes que llegan a un país extranjero. Se manifiesta en el rechazo a sus costumbres de los inmigrantes, a sus valores y a sus símbolos. Eso se llama xenofobia y no lo perdona la raza humana. El coquí perseguido representa a todos los extranjeros que tienen hambre y sed de justicia. Los inmigrantes tienen algo que aportar a la nueva sociedad a la que quieren integrarse y luchan porque les reconozcan sus contribuciones y la capacidad para enriquecer la nueva comunidad de la que formarán parte.

Nos parece que vale la pena revisar la experiencia histórica de Hawai y estudiar cómo viven sus habitantes originales. Hay que ver cuánto le ha costado a estos superar un intento de limitarles a un rol folklórico o antropológico y, y ver si como resultado no hay señales de una especie de "apartheid". Estos pueblos originales luchan contra el fenómeno del turismo de apariencia y les ha costado mucho trabajo lograr un papel protagónico. Eso no pasará nunca en Puerto Rico.

Los puertorriqueños nos hemos hecho con mucho esfuerzo e insistimos como pueblo en ser protagonistas en nuestra propia historia. Surgimos de una pobreza descomunal, pero como buenos pobres nos hemos levantado y con el sudor de la frente colectiva logramos superar las adversidades. Tenemos una frente amplia, como el horizonte que nos sirve de guía y que no tiene fin. Así nos retrató Manuel A. Alonso en El Gíbaro. Hemos crecido aprendiendo de nuestras experiencias y seguimos adelante. En el escenario de los grandes eventos del mundo, siempre hay un hijo de Borinquen que dice presente en nombre nuestro o saca su banderita monoestrellada cuando representa a otro país.

El espíritu de lucha nos acompaña siempre a los puertorriqueños. Está con nosotros desde que nos levantamos con la bendición de Dios que se filtra con el sol por nuestras ventanas, hasta que nos retiramos a descansar con la caída de la tarde. No hay templo más hermoso que el que se forma con los vitrales de nuestros atardeceres. Esos juegos de luces y sombras nos invitan a la reflexión. Nos hemos hecho un pueblo de fe. Esta fe nos hace grandes por nuestra cercanía a la eternidad.


En esa hora el alma de los puertorriqueños sufre una transformación mitológica. Nuestras manos trabajadas sienten el alivio de la tarde que se desgasta, los huesos no hacen falta para dolernos y hasta perdemos nuestros dedos que se separan entre sí como la claridad de nuestras intenciones. En ese momento sentimos un deseo de recoger nuestros pensamientos y concentrarlos a la sencillez mínima. Nos hacemos tan únicos y breves, que nuestra piel adquiere la transparencia de nuestros pensamientos.


La transformación se da. Queremos hacer notar nuestra presencia en la maravilla de la noche. Somos los protagonistas de la historia que escribimos con el trabajo del día que se fue. Por eso cantamos a Dios nuestras alabanzas con un aleluya glorioso: "co-qui- co-qui, estamos-aquí. coqui- coqui. Estamos aquí".

Para información sobre el coquí, les referimos a:
http://www.coquipr.com/
http://www.geocities.com/TheTropics/shores/8070/coqui1.htm
http://www.ceducapr.com/carite.htm
http://www.ictal.org/modules.php?op=modload&name=News&file=article&sid=887&mode=thread&order=0&thold=0

Libros del Dr. Rafael L. Joglar:
Biodiversidad en Puerto Rico.
http://www.icp.gobierno.pr/editorial/libros/ago_05/libro_biodiversidad.htm

Estudio fenético del género Eleutherodactylus en Puerto Rico
Los coquíes de Puerto Rico : su historia natural y conservación
Que cante el coquí! : ensayos, cartas y otros documentos sobre la conservación de la biodiversidad en Puerto Rico (1987-1999)

Sobre la persecución del coqui:
http://the honoluluadvertiser.com/article/2006/Jan/29/In/FP601290356.html
Sobre su defensa:
Sidney Ross Singer en:Honululu Star Bulletin: http://www.starbulletin.com/2005/06/07/editorial/commentary.html
Coqui crusaders present arsenal of new proposals,
Datos sobre población de puertorriqueños en Hawai:

posted by Biblioblogueando @ 8:36 AM 0 comments links to

1 Comments:

At miércoles, 06 diciembre, 2006, Anonymous Anónimo said...

Vine a una conferencia de Rigoberta menchu y ellla no pudollegar. Me aburri y vine por awui, pues hacia tiempo , años no entraba. De aburrido vine a leer esto aqui, y los he disfrutado. Tiene gracia.

 

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